- Deleite en compañía
EN LAS MÁS DIVERSAS PARTES DEL MUNDO, LAS CENAS NAVIDEÑAS REPRESENTAN UNA OPORTUNIDAD PARA ENALTECER LA TRADICIÓN, Y PROPICIAR EL DISFRUTE Y LA CONCORDIA DE LA FAMILIA Y LOS CONVIDADOS
“Comer solo es un robo, un placer robado al amigo ausente”.
El Martí que yo conocí
Blanche Zacharie de Baralt
Aunque varios diccionarios de la lengua hispana omiten la definición del término comensalidad, en no pocos discursos orales o escritos constituye un vocablo recurrente para conceptualizar el civilizado acto de comer y beber en grupo. Diversas posiciones filosóficas, credos y culturas aluden a esta milenaria tradición, que además de incidir en las preferencias, gustos e intereses culinarios, fomenta vínculos comunicativos y una identidad gastronómica propia.
El descubrimiento del fuego y su empleo desde tiempos de la comunidad primitiva es, probablemente, el más antiguo antecedente sobre la elaboración y consumo colectivo de los alimentos; lo cual, a su vez, les permitía socializar a los miembros de las familias o tribus.
La Santa Biblia contiene varias referencias acerca de la gastronomía como proceder determinante para una cultura de la convivencia. Entre ellas destacan el pecado original de Adán y Eva, resultante de comer el “fruto prohibido” (Génesis 3:6); los milagros protagonizados por Jesús —la conversión del agua en vino, encontrándose él y su madre María en las bodas de Caná, Galilea (Juan 2:1-11), y la multiplicación de los panes y los peces (Mateo 14: 13-31)—; además de la Última Cena (Juan 13: 1-35), donde se sirvieron panes, vinos, hierbas y cordero en salsa como preludio de la pasión y muerte de Cristo.
Con similar sentido, en la mayoría de las religiones pueden encontrarse rituales homologados con la ingestión colectiva de alimentos y bebidas por parte de los practicantes, bien con carácter de celebración o a modo de solemne liturgia.
Una singular definición de comensalidad se expresa en el antiguo Derecho Canónico, asumida como obligación para quienes abrazaban la profesión eclesiástica: previo al ordenamiento sacerdotal debían visitar la residencia del obispo y sentarse a su mesa, con el propósito de que esta autoridad pudiera evaluar las costumbres o modales de los que serían investidos como sacerdotes católicos.
La alimentación, desde una perspectiva cultural, propicia diversas experiencias resultantes del acervo cognoscitivo, no pocas veces asociado a concepciones simbólicas. Inducir sabores, aliados a sus correspondientes hábitos de consumo, equivale también a una transmisión de saberes donde confluyen la sensorialidad y los imperativos sociales.
En lo anteriormente explicado se fundamentan significativos eventos religiosos, como las Pascuas. Para los judíos constituye la celebración de la salida de Egipto del pueblo israelita (Éxodo 12:37-18:27), ocasión en que debe comerse durante siete días el pan ázimo (elaborado sin levadura) y cordero, acompañado con hierbas amargas mojadas en vinagre; mientras para los católicos representa la Pascua de Resurrección —también conocida en algunas naciones hispanoparlantes como Pascua Florida—, al finalizar la Semana Santa. El término “pascua” se emplea, asimismo, en referencia a otras celebraciones de origen cristiano: Navidad (25 de diciembre), la Epifanía o adoración al niño Jesús por los Tres Reyes Magos (6 de enero) y Pentecostés o la venida del Espíritu Santo, cincuenta días después de la resurrección de Cristo.
En España, Chile, Cuba y Filipinas, la Pascua alude coloquialmente a la Navidad. Ejemplo por excelencia de enarbolar mesas en busca de la concordia y el disfrute, resultan las cenas navideñas en las más diversas partes del mundo, razón imposible de desperdiciar para enaltecer la tradicionalidad, esmerarse por el beneplácito de la familia y los convidados, al tiempo que los anfitriones estampan su sello de creatividad personal en los manjares que brindan.
No resultaría ocioso, por cierto, extrapolar al momento de las comidas en conjunto una muy actual y difundida práctica en fiestas y bailes populares: espontáneas realizaciones de coreografías donde, sin guiones ni ensayos previos, cada bailador se integra (casi) armónicamente a una gestualidad dictada por las multitudes. Si en el pensamiento moderno prima la intencionalidad de participar por encima del mero hecho de estar, bien pudiera fraguarse durante las comidas una mejor cohesión de las actitudes ante la vida.
La ambientación del lugar, la calidad de los productos y la factura de su elaboración, además de las circunstancias bajo las que asisten los comensales, son determinantes para valorar el éxito o fracaso de una comida. Pero la deseable empatía que se espera entre quienes concurren a comer en compañía resulta esencia, más que parte, de la comensalidad. ¡Feliz existencia para todo aquel que guste compartir tan nobles placeres!